miércoles, 10 de enero de 2007

Botella intacta, un brindis se pacta

Haz algo cada día para mantener tu buena salud.
Jackson Browne (gringo roquero)


¡Válgame unas santas copas todo lo que ha acaecido! Cada vez que me acuerdo, me persigno y hago un brindis por haber salvado el pellejo de las correrías dominicales. Porque solo la estoy contando gracias al Señor que es mi pastor y la botella que puso en mis manos.

Así pasaron las cosas. Días después de mi encuentro cercano con el peñasco aquel, con la mitad del cerebro escapándose por el rajo abierto más grande del mundo, vino el acabóse. El Big Bang. La frente tomó vida propia y se hinchó. Se hinchó y creció y me transfiguró. ¡Qué diablos! Agachado por el peso –sí, un plomo en la cabeza- partí raudo a buscarme una cura. La ocasión y el dolor ameritaban Clos, pero ni él ni Tetra alguno se divisaban en los estantes del almacén.

Valga decir que mi sufrimiento valía lágrimas que mi honra gallardamente retuvo. La misericordia del dueño -¡Dios lo tenga en su gloria y se lo pague!- fue mi salvación. Con palabras que mi adolorido cerebro no pudo retener, me entregó una botella y me animó con la presión de sus manos en mi espalda, a visitar un médico. Hazte ver, creo que fueron sus palabras de aliento.

Oí su sabio consejo y partí al consultorio. Cada tanto debía parar y untar mis labios con el antibiótico tinto. No habría podido llegar a la meta sin su apoyo. Gracias, amigo.

Arribé con la cabeza gacha de tanta presión, pero la botella en ristre en señal de victoria. Todos en la sala de espera se apartaron rápidamente para abrirme paso, admirados de mi hazaña. El angelito de blanco en el mesón, sin embargo, me lo hizo difícil:

-- Señor, tome asiento y lo llamaremos.
-- Qué asiento, mijita. ¿No ve que se me escapa el cerebro?

En eso estábamos, ella fingiendo que no me comprendía y yo defendiendo mis derechos, cuando ocurrió. Se oyeron algunos gritos en la sala, y entró la afrenta más grande a una botella que haya visto jamás. Caminando semi encorvado, con las manos aferrándose a sus muslos y los pantalones a medio camino, un hombre bramaba a viva voz: “Me caí en la botella, me caí en la botella”. Y sí, de esa parte donde sale lo peor de la humanidad, se asomaba una tres cuartos cuya etiqueta no pude ver. Abracé a la mía para que no viera semejante espectáculo, y me volví invisible en un rincón para que el castrador de botellas no se me acercara.

No sé cuánto más tarde, todavía en shock, oí que me llamaban. Un hombre de blanco me hizo pasar a una sala. Quiso retener mi botella y no lo dejé, ¡cómo después de lo visto!

Algo me hicieron en la cabeza, algo apretaron, algo líquido echaron. Ya no importa. Salí con un parche gigante en mi frente, aturdido, pero a salvo con la botella en las manos. Y que estuviera en mis manos, dadas las circunstancias, fue mi motivo para agradecerle encarecidamente al Señor. ¡Salud!

miércoles, 3 de enero de 2007

Por la piedra en el camino

Quien sabe de dolor todo lo sabe.
Dante Alighieri (hombre muy sabio y autor de una comedia divina)

Ha pasado algo extraordinario: un pedazo de mi cerebro quiere salir por el nuevo tajo de mi cabeza. Lo apretujo y lo sobajeo, pero sigue ahí tratando de saltar para despedirse de este mundo cruel.

¿Por qué esta decisión tan drástica, se preguntarán ustedes? Lo mismo me cuestiono yo. Le he hablado, le he dicho que lo aprecio y lo necesito, y niente. Dale con empujar.

El desgraciado me tiene la mollera como bombo en fiesta. De tanto presionar está encendiendo todas las luces del dolor, como si todavía fuera año nuevo y quisiera poner su propia cuota de fuegos artificiales frente a mis pupilas. A mí la cosa me está dando tiritones, y eso que hasta a la sombra caen los patos asados.

Cómo será la situación que ni un Gran Guaripola puede calmar a mi cerebro. Ni siquiera mitiga así de chiquitito mi sufrimiento. Ayayay... mi materia gris está del porte de un huevo de avestruz en mi frente, aunque más que gris parece medio azul-verdosa. Esta sustancia amarillenta levemente pegajosa que adorna la cuestión, seguro que es del hemisferio de las emociones -tan maltrechas que me las dejaron este fin de semana-.

Chitas que me daría pena que Cerebro saltara. Tantos años juntos y terminar así, sería terrible. Amigo, si yo te quiero. Démonos otra oportunidad.

Y por favor, deja de joder.

martes, 2 de enero de 2007

Una piedra en mi camino

"Aunque tropieces, no desistas de tu propósito".
William Shakespeare (teatrero Old England Toffee)


Queridísimos lectores. Lamento profundamente no haberles brindado el saludo de Año Nuevo a la hora y día que correspondía. Fuerzas malignas del destino se interpusieron en mis nobles intenciones, de una forma que ahora procedo a detallar:

Tras arduas jornadas de humanitaria labor, quise distenderme el fin de semana y centrarme, excepcionalmente, en mis propias necesidades. Uno no es de fierro, pues, y tiene sus instintos vivos a pesar de los años.

Heme entonces acicalado, engominado con saliva natural, paseando a tranco firme y galante por las cunetas de esta mugrosa ciudad –para qué estamos con cuentos, si de que es cochina, es cochina-.

La oscuridad de la noche me envolvía en un halo de misterio y romanticismo -modestia aparte, me veía como Sherlock en sus mejores novelas-. Abordé a la primera moza que me llamó la atención en una esquina, pero el resultado fue funesto. No solo me agredió físicamente con su cartera, sino que además tuvo la osadía de pretender cobrarme por la entrega de mi amor. Yo siempre he sido generoso en materia de afectos, y nunca he pedido ni pediré un peso por ceder un trocito de mi corazón, pero extender mi bondad al punto de pagar por ella, no. Nones, pues.

Con esa afrenta aún latente en mi alma, me topé con lo que parecía ser la cura de mis males. ¡Abyecta humanidad! No era más que otra musa engatusadora, amante solo del vil y consumista dinero. Así, de tumbo en tumbo, solo encontré en mi sendero mujeres de cruel belleza, que fuman de pie, tratan de tú, y extienden la palma al final del encuentro.

Haciendo de tripas corazón, volví a mi trabajo. No hay mal que por bien no venga, decía mi abuelita, y no desperdicié más el tiempo en dudosas hembras. Solamente, próximo ya el año nuevo, hice mi último intento. Guiado por la algarabía de una fiesta cercana, me acerqué a un tumulto cercano al Parque O’Higgins.

Cuál no habrá sido mi alegría al ver a un grupo de damas conversando y contando en reversa. Pronto los abrazos iban y venían, y afectuoso me sumé a la celebración. Apenas hube de posar mis brazos alrededor de una de ellas en señal de felicidad y buenos deseos, vino la hecatombe. Recuerdo chillidos y puños voladores. Un empujón feroz y una piedra acercándose peligrosamente a mi cabeza desde el suelo.

Creo que desperté hoy. Milagrosamente, aún con la botella de mi labor entre mis brazos. Con un dolor de cabeza indescriptible, pero con ella siempre fiel a mi lado. Con ella, y la piedra ensangrentada que ofició de almohada, enseñándome que mi destino es -como dice la sabia canción- tomar y tomar…

viernes, 29 de diciembre de 2006

Es que soy tan re bueno

"De los incomprendidos es el reino del cielo".
La Biblia (un libraco así de gordo).

Chitas que ha sido dura esta semana. Métale pega, métale y métale. Dale que dale catando, como si uno fuera un barril sin fondo. Como si uno tuviera el hígado de acero inoxidable. Y ni una sola palmadita en la espalda para agradecer tanta entrega.

El mundo está mal. Muy, muy mal. Tan mal que a veces me dan ganas de tirar la botella y seguir otro camino. Pero me esfuerzo, chitas que me esfuerzo, por darle lo mejor de mí mismo a este mundo de porquería que no valora los sacrificios humanos, ¡hip!

Porque yo sí que soy bueno. Tanto, que deberían ponerme una estatua en la Plaza de la Constitución, con caca de paloma incluida. Darme el Premio Nacional de Enología o al menos una medallita así de chiquitita de manos de la Presi. Hasta me conformaría con una modesta pensión vitalicia que cubriera los costos de mi trabajo.

¿Y? Nada, pues. Uno arrejunta cajas y vidrios en la esquina del labor, y recibe a cambio improperios y patadas. Que córrete viejo conche…, anda a bañarte mier… humana, p’tas que estai hediondo, mueve esta basura de acá… Cero respeto. Cero, así como se ve cuando junto mi dedo puntudo con mi dedo guatón.

Y eso que se vienen las fiestas y uno cata y cata para que todos tengan la mejor información a mano. Para que elijan con sabiduría el cartón que la lleva. Solo un hombre bien informado puede tomar decisiones correctas. Eso lo dice la Biblia.

Ven. Si yo debí haber sido cura, es tan re parecido a lo que hago ahora, pero más aplaudido. Porque ¿qué hace un parche curita que no haga yo? Seguimos el camino del señor, tenemos vocación de servicio, ayudamos a la comunidad y tomamos tintolio de tanto en tanto. No sé por qué no me puse ese poncho púrpura a tiempo.

Cierto. Las señoritas. Es que son tan re lindas… ¡hip! Eso debería estar haciendo ahora, galanteando a una mozuela por ahí como en mis viejos tiempos.

Eso. Eso haré. No trabajo más por hoy. Me voy de fiesta con alguna chiquilla.

Y muy feliz año nuevo.

jueves, 28 de diciembre de 2006

El arte de catar bueno, bonito y barato

Dadme una tarea en la que pueda poner algo de mí mismo y ya no será una tarea; será gozo; es arte.
Bliss Carman (poeta canadiense, vecino de gringos)

No se trata de tomar por tomar. Tampoco, de hacerlo para generar aguante etílico y lucirse frente a los compipas. No, señores. Mi misión es otra y mi aguante, muy bien gracias. El destino que me entregó el Señor está en servir a la patria, y en eso estoy.

Imagínense por un segundo que en esta vida no existiéramos catadores filántropos. Que todos cobraran y cuchichearan y se palmotearan el lomo con las grandes viñas, esas que encierran sus botellas bajo tres llaves en estantes que nadie puede alcanzar. Qué sería del mundo si los intereses mezquinos de algunos rigieran los mercados del vino. Tiemblo al pensar en señores de terno y corbata gobernando los paladares a la fuerza, estableciendo taninos a precio de oro que el común de los mortales solo podría observar en vitrinas, con ojos húmedos y corazón palpitante.

Pero no se preocupe, que estamos trabajando para usted. Tomamos, hacemos gargaritas, escupimos y a veces hasta tragamos el brebaje aquel. Y todo en forma gratuita, sacrificando nuestras monedas para conseguir el insumo y hacerle saber al mundo que sí, los vinos baratos son los mejores. Que el envase de cartón acentúa el sabor de madera de las barricas, y que la bolsa de aluminio –popularmente conocida como guatero espacial o galáctico- mantiene la temperatura ambiente a la que debe estar el tintolio.

Vilipendiados e incomprendidos, los catadores filántropos hacemos frente a la adversidad y mantenemos el codo empinado. Rara vez contamos con el auspicio de un mecenas, por lo que hemos desarrollado la solidaridad entre el gremio. Cuando un colega se ve falto de efectivo, lo invitamos. Y si su jornada ha sido ardua y el trabajo lo ha dejado por el suelo, lo recogemos y le prestamos el hombro para que se apoye en él.

Algún día la sociedad reconocerá el arte y generosidad de nuestro aporte. Por mientras, seguiremos luchando por el derecho a existir del vino popular. Por él, por mis colegas y por mí mismo, es que levanto este Tetra Pak y los invito a brindar.

martes, 26 de diciembre de 2006

El vino es mi destino

"Los espíritus vulgares carecen de destino".
Platón (compadre griego que le trabajaba al pensamiento)


Nací para tomar. Así lo quiso Baco y mi santo padre, que hace ya sus buenos lustros partió a inscribirme al registro civil. Botella en mano, le ofreció un trago a la muy compuesta funcionaria. Ella lo rechazó con una mueca de asco: no era de los nuestros.

No contenta con eso, la minoca se dio el lujo de increparlo por no haber hecho la tarea –ya están los degenerados pensando mal-. Todo porque mi taita no me llevaba nombre. Solo tenía claro que Bernardo, como le había instruido mi madre que me pusiera, no iba a ser. Muy bien que el niño lleve el nombre de un prócer de la patria, pero na’ que andar usando nombres de huachos. Si iba a ser alguien grande, grande iba a ser el nombre.

Entonces, en un estado de lucidez que ya se lo quisiera Juvenal, consultó a la botella. Ella le entregó un profético mensaje: “Clos”. Y así se hizo.

Si un tal Clos de Pirque había triunfado y era querido por mortales compatriotas, cómo no iba tocarle suerte al tocayo de Santiago. Ergo, heme aquí. Coleando y vivito –en ese orden- frente a ustedes. Portando con orgullo el nombre y el destino que conlleva.

¡Salud por eso!